Para responder esta pregunta es necesario definir cuatro conceptos fundamentales para intentar vincular la acústica con la percepción sígnica del sonido desde un punto de vista escénico, y así generar un modelo coherente que explique la eficacia de la acústica en el contexto audiovisual.
Sonido:
Es un fenómeno desvinculado de las formas sígnicas que se pueden construir con él, como sustancia modelable. La definición fenomenológica nos habla de un material físico perceptible, con el cual se realizarán una serie de modelaciones para transformarlo en un material expresivo en la escena, es por ende ya en su esencia un puente entre la acústica y la percepción.
Es, en estricto rigor, el resultado de la percepción auditiva de variaciones oscilantes en un medio elástico dentro de un rango de frecuencias humanamente perceptible. Esta definición nos aleja de la idea de un sonido corporalizado desde un punto de vista vehiculador de sentido, a pesar de encontrar en algunos textos el concepto de cuerpo sonoro al momento de considerar físicamente la estabilización del sonido posteriormente al ataque en su contorno sonoro y anterior a su decaimiento[1], estabilización que no excluye la ocurrencia de evoluciones paralelas al tono o la intensidad. Pero esta definición no es pertinente en lo que respecta a nuestra consideración de cuerpo sonoro como existencia material que emana o percibe, a partir de sus proyecciones metafóricas, realidades asimilables.
Fuente sonora
La tecnología nos permite tratar el sonido como un fenómeno que es posible de aislar independientemente del objeto físico que lo generó; sonido y fuente sonora tienen entre sí una relación evidente, pero deben ser tratados de manera separada. La fuente sonora debe entenderse como cualquier objeto físico mientras está emitiendo un sonido, y el sonido es, entonces, el resultado de un estímulo sobre ese objeto.
Marshal McLuhan en su teoría de la percepción afirma que la imagen sonora necesita ser fortalecida por otros sentidos. No porque la imagen sonora sea débil, sino porque la percepción humana tiene gran dependencia de la percepción visual y el sentido del oído necesita que la vista confirme lo que ha percibido.
El estímulo sonoro, o su simulacro, necesita entonces la presencia sincrónica del cuerpo que lo produce. Ha de hacerse factual para producir un efecto notorio en el cuerpo perceptor. El signo, en cambio, como constructo mental, por ende metafórico, no precisa una expresión material para conformarse como elemento desencadenante del proceso. Al igual que la materia visual puede producir impresiones y sensaciones en el receptor a las que no es posible adscribir un significado, quizás sí en un sentido, existe la posibilidad que la materia sonora no esté integrada en un código y que se constituya meramente en un estímulo auditivo.
La presencia o ausencia de la fuente visual en el contexto físico en el que se desarrolla el proceso condiciona el grado de afectación y, en su caso, de sensación de amenaza o confusión motivada por la indeterminación de la fuente productora.
La separación conceptual entre sonido y fuente sonora es imprescindible desde el punto de vista narrativo ya que la acusmatización audiovisual[2] abre la posibilidad de que sonidos y fuentes sonoras sean completamente intercambiables.
Objeto sonoro:
La posibilidad de conformación de la materia sonora en objetos sonoros depende, aparentemente del cotejo que el audioespectador hace con respecto a su equivalente visual[3]. Esto abre la necesidad de una interpretación común entre diferentes receptores a pesar de las múltiples variantes finitas que la comunicación sonora comporta, es decir, un grado de estabilidad de la concurrencia de estas variables para lograr una comprensión unitaria de determinados significados[4].
No se puede hablar de una sucesión de sonidos en la percepción del individuo, por el contrario, estos se entrelazan y se articulan simultáneamente, e incluso con antelación. De ser así entonces lo que fija los límites de la recepción y la comprensión de la comunicación final es la discriminación que el receptor hace al momento de cotejar, haciendo uso de la memoria sonora, la elección de la variable más pertinente sobre la cual activar la atención. La existencia de este referente ya entrega cierta estabilidad necesaria para la interacción simbólica.
Un objeto sonoro, a diferencia de lo propuesto por Shaeffer (1988), va entonces más allá de una simple fijación y reproducción fonomecánica[5]; es percepción discriminada en la recepción. La grabación comenzó registrando sonidos que ya eran objetos sonoros previamente: las palabras, con funcionalidades muy precisas, como la canalización del discurso del poder[6].
Se instala entonces la idea de la identificación del objeto sonoro como el resultado de una escucha cultural, de un aprendizaje que conforma la memoria sonora que adscribe sentido a su materialidad.
Ente acústico
Cuando escuchamos un sonido a través de un medio de comunicación audiovisual, como la banda sonora teatral, el audioespectador puede reconocer o no la fuente sonora que lo ha generado.
Si el sonido es reconocido, el objeto sonoro desaparece para pasar a ser reemplazado por la misma fuente sonora en la mente del auditor, sin embargo, la fuente no existe, sólo existe el sonido como un ente independiente que adquiere un valor sígnico “sustitutorio” de la fuente sonora.
Habiendo sido separado de su fuente original, el sonido es reconocido como una fuente concreta ubicada en algún lugar volumétrico dentro de un espacio sonoro. La construcción del ente acústico genera también el espacio que lo contiene, a pesar de ser los entes acústicos, por esencia, acusmáticos[7]. Se vinculan con la realidad sólo en la mente del receptor, es decir, su valor expresivo no depende de su origen productivo, sino de que éste sea reconocido o no por parte del receptor como directamente dependiente de una fuente sonora.
Esta independencia “corporal” entre sonido y fuente sonora permite la existencia del foley[8] en el cine, o de la utilización en el teatro de sonidos que no necesariamente se corresponden con la realidad, pero que efectivamente comportan la reacción perceptiva deseada por el diseñador sonoro.
MODOS DE PERCEPCIÓN
Una vez definidos estos conceptos podemos intentar un acercamiento al problema de la percepción, tanto en el espectador como en el actor al interior de la escena, para ellos utilizaremos un modelo perceptivo propuesto por Denis Smalley.
Smalley describe tres modos de percepción sonora, en función de si la atención se centra en el objeto o en el sujeto. A este modelo le atribuyo la eficacia de permitirnos utilizarlo adecuadamente dentro de los parámetros escénicos ya que cubre las diferentes posibilidades de utilización del sonido en el teatro, y analiza la actitud más o menos activa en el espectador para discriminar lo relevante o pertinente para la comunicación eficiente del discurso narrativo.
Modo de audición indicativa
La atención se centra en el objeto, adscribiéndole al sonido un mensaje, es decir actúa como signo que ha de ser descifrado. Va más allá a la actitud pasiva del audioespectador que considera el paisaje sonoro como un mero contenedor sobre el cual se desarrolla un contenido, a saber, la narración dramática. En este caso, existe cierto grado de voluntad de identificar, al menos causalmente, el sonido para extraer de él la información que éste transporta. Un ejemplo teatral podría ser el sonido de un motor que aumenta de nivel paulatinamente. El espectador podría decir, al hacer una escucha reducida[9], “el sonido de un motor que aumenta”, la audición indicativa hace pasar a segundo plano el sonido en si para informarnos que “se acerca un auto”.
En cierta medida este tipo de audición se corresponde con el concepto Shaefferiano del escuchar[10], en ese caso, permitiría también un nivel analítico preciso al momento de extraer información de un sonido. Es decir, frente a un mismo fenómeno sonoro, dependiendo de mi criterio, puedo centrar mi voluntad de escucha en diferentes capas sígnicas.
La utilización de este tipo de audición dentro de la escena le permite al diseñador utilizar el material sonoro, e incluso la música, como portadores de información relevante desde un punto de vista narrativo, generando paisajes dentro de los cuales ciertas puntuaciones sonoras permiten, desde dentro del decorado, extraer, por ejemplo, datos desde el punto de vista físico, cultural o emotivo (interacciones semánticas)[11] o desde motivos articuladores de discurso (interacciones narrativas)[12].
Modo de audición reflexivo
La atención se centra en el sujeto, en la respuesta emocional frente al fenómeno sonoro percibido. En este caso para el diseñador es de suma utilidad el uso del concepto de objeto sonoro, ya que según nuestra definición, en él se puede encontrar una mínima concurrencia de interpretación, que comporte una estabilidad que nos permita lograr una comprensión unitaria, dentro de toda la relatividad que la recepción reflexiva implica.
Escénicamente podemos hablar de música o sonidos que despiertan algo más que la simple contextualización física o discursiva, y utilizan lo que llamaremos carga significativa cultural estandarizada[13] , este tipo de material, al ser correctamente utilizado permite una direccionalidad emotiva[14] y temporal hacia interpretaciones más o menos precisas de acuerdo al contexto cultural en que se aplique.
Modo de audición interactivo
Este tipo de audición utiliza la atención activa específica sobre materiales sonoros puntuales. Requiere esfuerzo y voluntad y se corresponde en cierta medida a los términos Schaefferianos de reconocer y comprender.
Utiliza la identificación formal y asociativa entre sonido y fuente, o bien, la memoria auditiva para asociar el sonido a una fuente sonora similar (virtual), y posible generadora del sonido que se escucha. Una vez reconocido el sonido y configurado el ente acústico el narrador puede utilizarlo como la fuente misma, de acuerdo a las necesidades.
Es posible ahora desarrollar un nivel interpretativo superior que revele contenidos semánticos complejos para comprender el sentido del conjunto escénico. El audioespectador comprende el sentido de cada forma sonora mediante la influencia muta entre sonido e imagen, requiere ir más allá de la identificación formal y causal; es producir un nuevo nivel de sentido a partir de la interpretación de aquellas metáforas que estamos oyendo en función del contexto perceptivo y de nuestra propia experiencia auditiva.
Un ejemplo de utilidad es usar al interior de una escena el sonido de una gota de agua[15], mientras una mujer recorre lentamente y en silencio el escenario, puede darnos como primera lectura “hay una gotera en el lavaplatos”. Pero haciendo uso de la audición interactiva comprendemos, en el contexto de lo que hemos visto a lo largo de la obra, que la gotera representa más que un desperfecto en la llave del agua; es en primer lugar el reencuentro de una madre con la soledad y lo precario de su realidad, al mismo tiempo que es el punto en el que su personalidad, de acuerdo a su forma corporal, evidencia un cambio de actitud; un despertar ante esa realidad insostenible donde la gotera-reloj, en su reiteración, profetiza la posibilidad de una eternización frente a la cual se puede sucumbir, o frente a la cual se puede reaccionar.
CONCLUSIONES
Al comprender algo lo transformamos en otra cosa, lo esquematizamos, lo conceptualizamos, y deja de ser lo que es. En relación íntima sólo nos tenemos a nosotros mismos, pero cuando esta intimidad la convertimos en imagen deja de ser íntima. La verdadera intimidad es algo en cuanto ejecutándose en un presente, la presencia de algo en mí y de yo en algo.
De acuerdo a lo expuesto, se puede hablar de una estrecha vinculación entre el material sonoro tratado como sustancia expresiva y el modo de percepción que se utiliza, o que el diseñador sonoro busca conseguir. Esto nos habla de la posibilidad de la existencia de un cuerpo sonoro, en la medida que el material es utilizado como un portador concreto de significados metamusicales que generan, en el actor y en el audioespectador, un proceso de decodificación semántico complejo, y que permite, en el actor conectarse íntimamente con una emoción (memoria emotiva) y en el audioespectador, por medio de su memoria auditiva con una emoción empática con la propuesta por el actor.
[1] Rodríguez (1998:177)
[2] Chion (1998:123)
[3] Chion (1998:160)
[4] De otra manera no se entendería la posibilidad de la comprensión del habla en emisores con características acústicas de emisión variables.
[5] Shaeffer (1988:102)
[6] Attali, 1995:136
[7] Independientes de su fuente sonora objetiva original.
[8] Grabación en estudio de los sonidos sincrónicos incidentales de una película, por medio de materiales diversos que no se corresponden necesariamente con los reales.
[9] Chion (1999: 36)
[10] Shaeffer (1988)
[11] Tagg (1982)
[12] Tagg (1982)
[13] Término en proceso de conceptualización. Nota del autor.
[14] Tagg (1982)
[15] Obra teatral “Desdicha Obrera” (Santiago, 2007) dirigida por Patricia Artés, con música del autor.
Bibliografía
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Baca Martin, Angel (1998) “La comunicación sonora: Singularidad y caracterización de los procesos auditivos”; Madrid: Biblioteca Nueva.
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