Wednesday, August 09, 2006

Orquestas y directores


La representación de la música es un espectáculo total. Ella también permite ver; nada en ella es inocente. Cada elemento cumple incluso una función social y simbólica precisa: convencer de la racionalidad del mundo y de la necesidad de su organización. Siguiendo los principios del cambio, la orquesta en particular ha sido siempre figura esencial del poder. Asentada en el teatro griego, es por todas partes un atributo fundamental del control de la música por los dueños del orden social. En China, el emperador era el único en tener derecho a alinear a sus músicos en cuatro filas en cuadro, los señores importantes en tres lados, los ministros en dos y los nobles ordinarios en una sola fila.
La constitución de la orquesta y su organización son también figuras del poder en la economía industrial. Los músicos, anónimos y jerarquizados, en general asalariados, trabajadores productivos, ejecutan un algoritmo exterior, una "partitura", cuyo nombre es explícito: ella los reparte. Algunos de ellos, los escapados del anonimato, tienen ciertos grados de libertad. Son la imagen del trabajo programado en nuestra sociedad. Cada uno de ellos no produce más que un elemento del todo, sin valor en sí mismo.
El director no se vuelve necesario y explícito sino cuando se legitmiza por el crecimiento de las orquestas; él es primero ruido. Después, al cabo de un muy largo proceso de abstracción del poder de regulación, es simbolizado en signos abstractos. Hasta Beethoven incluso, las sinfonías eran ejecutadas por unos pocos músicos (23 ejecutantes para la novena!), y sin director. Pero la combinatoria implica crecimiento, y el crecimiento implica al director. El director aparece como un organizador legítimo y racional de una producción, cuya amplitud exige un coordinador, preo prohibe que haga ningún ruido. Es así representación del poder económico supuestamente capaz de poner en práctica sin conflicto, en armonía, el programa de la historia trazado por el autor.